
El cine muchas veces funciona como un espejo de la sociedad, y en “Confesiones Chin Chin” (2024), Carolina Perelman nos coloca frente a un reflejo crudo y sin adornos de la vida post-pandemia. La película nos sumerge en un bar donde distintas personas comparten sus experiencias sobre el encierro, la sexualidad, el amor y las relaciones, en una especie de catarsis colectiva. No hay una historia central que guíe el relato, sino un mosaico de voces que se entrelazan, generando una sensación de espontaneidad que se siente tan auténtica como caótica.
El guion apuesta por la naturalidad de las conversaciones, casi como si estuviéramos escuchando a extraños hablar en la mesa de al lado. Se tocan temas universales como la soledad, el miedo y la búsqueda de conexión, pero también hay espacio para reflexiones más específicas sobre la comunidad LGBTQI y el impacto de la pandemia en las relaciones de pareja. En algunos momentos, el resultado es poderoso y honesto; en otros, la falta de estructura puede hacer que la película parezca más una serie de viñetas sueltas que un relato cohesivo.

Visualmente, “Confesiones Chin Chin” mantiene una estética íntima y contenida, con encuadres cerrados que refuerzan la sensación de cercanía con los personajes. La iluminación cálida del bar genera un ambiente acogedor, casi teatral, en el que los diálogos se convierten en el motor principal del filme. Es un espacio de confesiones, de vulnerabilidad, donde cada personaje deja ver una parte de sí mismo sin filtros. Sin embargo, el montaje fragmentado y el constante cambio de interlocutores pueden hacer que el espectador tenga dificultades para encontrar un punto de anclaje emocional.
Uno de los aspectos más interesantes de la película es la forma en que juega con la ausencia de contexto. No siempre sabemos quiénes son los personajes, cómo llegaron ahí o qué relación tienen entre sí. En lugar de darnos respuestas, Perelman nos invita a escuchar, a dejarnos llevar por sus historias sin necesidad de conocer su principio ni su final. Es un enfoque arriesgado, que puede generar una sensación de desconcierto, pero que también refuerza la idea de que todos, en mayor o menor medida, compartimos experiencias similares.

Si bien la película acierta en capturar la espontaneidad de las conversaciones y la crudeza de las emociones humanas, su mayor debilidad radica en la falta de un hilo conductor más definido. La abstracción puede ser un recurso valioso, pero en este caso, deja la sensación de que algunas de las historias quedan inconclusas o no terminan de desarrollarse. Es un cine que desafía al espectador, que exige paciencia y una disposición a sumergirse en lo cotidiano sin esperar resoluciones claras.
Confesiones Chin Chin es un retrato sincero de la incertidumbre y la introspección que marcó los años recientes. No es una película para todos, pero aquellos dispuestos a dejarse llevar por sus ritmos y silencios encontrarán en ella un espacio de reconocimiento y reflexión. Perelman nos recuerda que, al final del día, todos somos historias esperando ser contadas, y a veces, un bar es el mejor lugar para compartirlas.
Calificación personal: 7/10.
