Me permito citar al magnánimo profesor de guion y guionista Syd Field para iniciar este recorrido sobre la segunda temporada de “House of the Dragon”, quien una vez dijo y miles han repetido: “Todo drama es conflicto. Sin conflicto no hay acción; sin acción no hay personaje; sin personaje no hay historia; sin historia no hay guion.” Puntualizando que las luces de esta segunda temporada se vieron opacadas por la falta de acción de los personajes principales volviéndolos reactivos, y una redundancia emocional brutal producto de un presupuesto inmanejable.
Siempre lo diré, la maldición de “House of the Dragon” es ser parte del universo de “Game of Thrones”. No solo nunca escapará las garras de la comparación, sino que camina bajo las sombras de una serie que debe vivir por siempre con el estigma global de que su final no funciona, y que aún grandiosa para muchos, el conglomerado afirma que el epílogo de “Game of Thrones” no vive a los estándares de sus primeras temporadas. Esto no debiera afectar su precuela, pero lo hace, pues partimos de la mentira de que esta historia nunca puede ser tan grandiosa, épica o impactante como la de “Una Canción de Hielo y Fuego”.
Partir de ahí no es saludable, pues cortamos alas a la serie, alas que han sido probadas anteriormente, de cómo una secuela o precuela puede incluso superar al material original. Sin embargo, esta psiquis está presente en la propia mente de los creadores de la serie. Que no pretenden en ningún momento superar lo que se hizo antes, sino meramente aprovechar el “regreso” a Westeros para acaparar millones de ojos, sin importar el apego emocional de la audiencia a la historia.
Y con esto paso a definir la audiencia, dividida en dos desde “Game of Thrones” entre lectores y no lectores, pero la globalización de la marca ha cerrado mucho la brecha entre ambos tipos de audiencia, incrementando la cantidad de lectores o “conocedores” del material original que no evitan inclinar y compartir su conocimiento sobre lo que ya ocurrió y solo esperamos ver en la serie. Como si no hubiese esperanza para quienes quieren vivir esta historia por primera vez a través de la televisión. Como si fuese historia real y nos agarramos de eso para intentar justificar la comparación y el bombardeo constante del material original.
Otro aspecto que hace que la narrativa sufra, pues por momentos sentía que los creadores estaban conscientes del conocimiento general de la audiencia del material original, tomando por sentado nuestro discernimiento sobre los personajes, sus relaciones, la ubicación geográfica del universo y el contexto socio-político total, aspectos altamente importantes para las historias de este mundo, pero sobre todo para una historia de guerra. En esta segunda temporada, aun bajo el argumento de que se tomaron su tiempo para desarrollar los personajes, esta tesis se cae en el razonamiento de que conocíamos muy poco sobre los aspectos externos a la familia Targaryen que juegan un papel primordial en la guerra.
Creando que muertes, declaraciones en diálogos, o incluso presencia de muchos personajes perdieran fuerza por la mera razón de que estamos desconectados histórica y emocionalmente de todos los personajes que no son Targaryen o Velaryon. Una guerra no la pelean 5 personas, y si sí, pues todas deben ser activas. La segunda temporada sufre de poner tres personajes principales, Rhaenyra, Alicent y Daemon, a reaccionar a lo que les ocurre en vez de accionar en base a lo que les ocurre. Una característica conocida por aniquilar emociones.
No puedo negar que la serie logra su cometido de ser hipnotizante, el regreso a Westeros se siente, el toque de queda de los domingos está presente, la presencia de los dragones, el misticismo y el sentimiento de que todo esto es más grande que los propios personajes es palpable. Hay personajes impresionantemente bien escritos, Jacaerys Velaryon uno de ellos mientras observamos su desarrollo entre el respeto y la rebeldía a su madre, poniendo en el frente el dolor de su pasado, Aegon Targaryen por igual. Criston Cole es uno de los villanos mejor elaborados de todo “Game of Thrones”, con líneas de diálogo que muestran un eje moral cuestionado. Y Daemon, aunque sub-utilizado en esta temporada, logra ser el personaje con el arco mejor concluido.
Esto no se trata de si la temporada tuvo suficiente acción para nuestro gusto, la maldición de “Game of Thrones” no solo se traduce en historia, sino también en presupuesto e imposibilidades de producción. La redundancia emocional de los personajes está presente porque nos vemos confinados, obviamente presupuestariamente, a tres locaciones; Kings Landing, Dragonstone y Harrenhal. Lo que crea una reincidencia terrible en los diálogos y posiciones de los personajes por la simple razón de que no hay dinero (o cuesta demasiado) para introducir otras locaciones y por lo tanto, personajes que traigan algo distinto a la mesa y el flujo de los episodios. El “desarrollo” es arropado por la redundancia.
La muerte de Rhaenys y Meleys, la proclamación de Hugh sobre Vermithor, las palabras de Criston Cole, la visión final de Daemon, la breve aparición de Creggan Stark y la decisión de Aemond de matar a su hermano pasarán como los highlights de la temporada, pero no por la acción, sino por lo que esto significó en el juego de ajedrez de la guerra y por tanto en el desarrollo real de los personajes. Para la próxima temporada el balance entre la acción y el desarrollo debe ser creado, conociendo que estos dos elementos no se eliminan entre sí y pueden co-existir hasta en la misma escena. Siempre y cuando le demos el respeto que se merece y nos olvidemos de que el material original es parte del conocimiento global de la audiencia. Una buena temporada de televisión no cuenta con las próximas para concluir.
Calificación personal: 6/10.