Ocurre una conexión extraña entre nosotros y el crimen, se vuelve aterradoramente apasionante conocer su desenlace. Es como si existiera dentro de nosotros un sentimiento de que nunca quisiéramos estar ahí, sin embargo sí me interesa saber “como sería” estar ahí. E iré directamente al grano, Ozark puede que no sea la mejor serie de crimen, aunque se avecina a la lista de las mejores en el subgénero de narcóticos. Pero sin lugar a dudas es la más real que he tenido la oportunidad de ver.
En sus temporadas previas, siempre me mantuve apegado a lo que estaban contando. La historia de la familia Byrde y como se ven envueltos hasta más no poder en un esquema complicado que se balancea entre las drogas y el lavado. Pero esta temporada me llevó al punto, la razón por la que estamos tan envueltos en esta historia tan americana, no es por su crimen, sino más bien por sus personajes. Cada uno de ellos tiene la inmensa capacidad de presentarse como personas tridimensionales, con motivaciones, perturbaciones y capas de personalidad que justifican por completo su actuar.
Pero un personaje grandiosamente escrito es solo palabras sin un actor/actriz que le de vida. Es por esto que los creadores de la serie se han tomado la tarea de buscar intérpretes que hagan justicia a su historia. Desde los espectaculares protagonistas, Jason Bateman y Laura Linney, a quienes Ozark les ha servido para mucho más que una serie regular, sino para demostrar por completo su gigantesca capacidad de apoderarse de dos personajes representados por un sin fin de batallas externas e internas. Bateman hasta ha utilizado la serie como un desahogo artístico, dirigiendo la mayor parte de los episodios.
Y aquí va lo que la hace trascender, la perfecta elección de los actores no acaba en sus principales. Desde un personaje de un episodio, una temporada, hasta un regular de toda la serie, cada uno se logra presentar real, en sincronización total con el tono, ritmo y punto de la historia hasta donde ahora vamos. Menciones de honor para Julia Garner, que siempre me deja sin palabras por su magnífica interpretación de Ruth Langmore. La revelación de esta temporada, Tom Pelphrey, como el impredecible Ben Davis, se roba cada minuto que está en pantalla y se merece todos los galardones.
Esta tercera temporada el poder se hace más presente, la carencia de este y las formas de arrebatarlo de las manos de un tercero se vuelven los puntos de inflexión para sus personajes. Ambos de sus protagonistas hacen catarsis con las decisiones que los han llevado hasta donde están ahora, pero de alguna forma se vuelve una catarsis sin resultado. La cantidad de frentes abiertos que tienen no te permite como audiencia disfrutar las victorias, el estrés es constante y la luz al final del túnel se vuelve cada vez más opaca.
Es explosiva, apasionante, intrigante, curiosa y se vuelve cada vez más cruda y real mientras los episodios pasan. Hacia tiempo que no me ocurría la adicción del binge, pero es que los episodios estaban orquestados para atraparte, buscando el desenlace del cual les hablaba, que se ve traducido en un sorprendente final que lanza más preguntas que respuestas. Esta temporada me comprueba que Ozark solo se está poniendo mejor con el tiempo, y me hace mantenerme desesperado sobre su próxima entrega. Sin lugar a dudas de lo mejor que tiene Netflix.
Calificación personal: 9/10.