Dirigida por Paul Thomas Anderson y protagonizada por Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps y Lesley Manville. Hace ya varios meses que vi esta película, sin embargo, no quería dejar de escribir sobre ella, pero a la vez quería tener las palabras perfectas para describirla. Hasta que me di cuenta que cualquier comentario sobre ella, como el mero acto de verla, sería insignificante frente al trabajo realizado por PTA en esta delicada oda a la moda, el cine y la música.
Indudablemente su mayor punto a favor es aquella inmejorable y sensual relación entre la dirección y la música. Volviendo cada plano y cada escena, una muestra misma de la delicadeza con la que se estaba realizando. Con un diseño de producción y de vestuario que se permiten contener protagonismo por sí mismos, cada espacio y artículo colocado en este filme invocado en interiores, se encuentra perfectamente situado conforme a lo que se cuenta y sobre quienes se cuenta.
Una fotografía impresionante desde planos detalle hasta generales, el contraste entre el ritmo de la narrativa y el ritmo de la cámara te mantiene en una eterna cuestionante sobre la naturaleza de estos personajes. Y con esto paso a las actuaciones, liderado por un inequívoco Daniel Day-Lewis, y sorprendiéndonos con una nunca antes vista Vicky Krieps, este lento viaje de poco más de dos horas logra captar hasta el más mínimo suspiro de la interpretación de estos maestros de la actuación.
Con un primero y segundo acto que son solo un preámbulo para el sorpresivo tercero, cada minuto de silencio vale la pena sólo para experimentar lo que al final termina siendo una intrigante historia de una relación tóxica, con un drástico final que afirma mi teoría de que como se estaba contando la historia era mucho más superior que la historia misma.
Calificación personal: 8/10.