Érase una vez, en un mundo donde no existía “The Boys”, “Deadpool” era lo más cercano a la irreverencia que teníamos en el género. Con su segunda temporada, la serie no solo ocupa el trono de atreverse a hacer lo que nadie ha hecho con los superhéroes, sino que se permitió tener la confianza suficiente en su universo para tomar muchas decisiones que lograron expandirlo, mientras se apegaba a la violencia y el morbo que tanto la caracteriza.
Lo que ocurre con la violencia y el morbo, que en el arte de contar historias logran tener mucho protagonismo y nuestro querido Tarantino las define como diversión, es que para lograr un impacto deben de ir acompañadas de un sin número de líneas que pueden pasar a ser imperceptibles si no te das la libertad de mirar más allá. “The Boys” se presentó a sí misma bajo la idea de mostrar personalidades reales y humanas en un contexto en el que los superpoderes son posibles.
¿Y a qué me refiero con esto? Aun con sus super poderes, las frustraciones, enfermedades mentales, presión social e impacto cultural logran ser los puntos de inflexión de sus personajes. De alguna manera, lo que te ata no es una pelea sin límites entre dos entes super poderosos en cuyos hombros está el destino del planeta Tierra, sino un acercamiento mucho más humano a estos super humanos. Ver cómo con todo y sus super habilidades se ven atascados en las más triviales de las situaciones.
Otro elemento que nos permite mantenernos curiosos, atentos y en completa incertidumbre es la relación The Boys / Supes. Quienes podríamos llamar “protagonistas” de la serie, son insignificantes frente a la magnitud de los problemas a que se enfrentan, esto hace que el nivel de amenaza se encuentre por los cielos y que nosotros como audiencia nos mantengamos sumergidos en la impredecible posición de no saber cómo carajo van a salir de esta.
Pongo “protagonistas” entre comillas porque la serie ha hecho un trabajo espectacular en crear una línea muy fina entre sus héroes y villanos, tanto así que me atrevería llamarlos a todos anti-héroes. Tomando mucho de X-Men en esta temporada, el crecimiento del universo se vio justificado en la inclusión de superhéroes que se conectaban a un pasado muy intrigante y que abrió una caja de Pandora en las posibilidades del futuro de la serie.
No puedo despedirme sin antes hablar de los dos aspectos que hacen la serie trascender. Primero, el Homelander de Antony Starr, un villano cómo pocas veces hemos visto en la pantalla pequeña. Su propia presencia es la definición de amenaza, la actuación de Starr apoya a un nivel impresionante lo impredecible del personaje, absolutamente todas sus frustraciones se ven arraigadas de un pasado perturbador. Su propia existencia es sacarle un dedo del medio a todas las películas que no han sabido tener un villano mucho más poderoso que los héroes y aun así se sienta la tensión.
Por último, la forma en cómo los creadores no permiten que toda esa parafernalia que puede venir con la serie y su historia los aleje de también contar un subtexto/crítica socio-cultural. En su irreverencia, “The Boys” encuentra los momentos específicos para recordarnos todo lo que está mal con la sociedad en que vivimos. El impacto de los discursos de odio en aquella magnífica secuencia inicial del episodio 7, la avaricia de las corporaciones, la burocracia de una política egocéntrica, el legado de un racismo interminable, la presión social de las minorías, y la efervescente burla de las redes sociales.
Calificación personal: 9/10.