Dicen por ahí que recordar es vivir, por momentos se siente como una especie de comodín bajo el cual podemos excusar el no hacer mucho. Pero dentro de la pura realidad de esta frase se encuentra nuestra capacidad de transportarnos a un momento específico en el tiempo, usualmente aquel en que experimentamos felicidad. Es por esto, me hago una idea propia, de que quizás aquella enfermedad encargada de arrebatar recuerdos a quienes más los añoran, usualmente viene acompañada de negación y confusión. En esta película definitivamente viajamos en el tiempo.
Mi experiencia con “The Father” fue probablemente una de las más memorables y placenteras que he tenido en un buen tiempo, principalmente enfrentándome al análisis de un storytelling pensado y estructurado. Y creo que mucho de esto se debe a lo impredecible de la cinta, y el hecho de que me lancé a verla sin mucho investigar. Absolutamente todo en “The Father” se encuentra cronometrado y ubicado de manera específica para que apoye la percepción de la audiencia sobre la historia, en un montaje que se siente tan importante como la dirección.
En sus primeros minutos me encontraba inundado en confusión, poco a poco su genialidad se me fue comunicada y a partir de ahí fue toda una caja de pandora que se abrió frente a mi para mantenerme vigilante ante la atención al detalle. La película tiene como personaje principal a Anthony, un señor mayor que sufre de Alzheimer, y frente a la universalidad de su objeto narrativo, decidió emprender un camino visual totalmente distinto, tomando a la audiencia como conejillos de Indias.
Mientras acompañamos al personaje principal en su confusión, e intentamos resolver el rompecabezas que se nos presenta, tuve un conflicto de pensamientos. Pues mientras me encontraba absolutamente invertido en intentar comprender lo que veía, de igual manera no podía dejar de pensar en la genialidad de lo que estaba viendo. Por primera vez estaba siendo testigo de esta confusión, esta negación y este enfurecimiento tan común, y a la vez tan incomprendido.
Ubicada en gran parte en una sola locación, su director utiliza el apartamento y magistral diseño de producción para establecer vínculos, y sin perder la coherencia de la incoherencia, nos comunica la presencia de un apego inquebrantable. Así como Anthony se mostraba apegado a su apartamento como único tranvía a las migajas de su pasado, de igual manera se encontraba apegado a la agridulce relación con su hija recientemente afectada por una perdida.
Pero lo que nos termina de quebrar acá es la desgarradora actuación de Anthony Hopkins, probablemente la mejor por mucho de todo el 2020, que se balancea entre impresionantes monólogos hasta miradas, lágrimas y movimientos de confusión. Verlo era como ser testigo de tus propios seres queridos, era saber lo poderosas que pueden ser las emociones detrás de una actuación. Me sobrepasa el pensar que esta sea la ópera prima de Florian Zeller, una película que roza muy cerca de ser obra maestra y que contiene secuencias que por sí solas pueden ser cortometrajes.
Calificación personal: 9/10.