No me cabe la más mínima duda de que si te sientas a pensarlo, la gran mayoría de nosotros anda por la vida improvisando. Y con esto no me refiero necesariamente a que es imposible planearse, o que no puedas declarar metas cortas para lograr una grande. Sino voy un poco más allá, con la parte más humana de nuestra estadía aquí, eso que te hace creer efervescentemente que es imposible saber lo que es ser padre o madre hasta que lo eres. Liderazgo, inspiración, influencia, revolucionario, es muy probable que, como la gran mayoría, todos los que han estado en el foco de uno, o muchos, se hayan visto perdidos en los valles de la improvisación.
Y conectaré esto tanto con la historia de “The Trial of the Chicago 7”, como con la manera en que fue desarrollada por su escritor/director Aaron Sorkin. En 1968 se celebró la Convención Democrática Nacional en Chicago, Illinois. Irónicamente, lo que se recuerda sobre este evento no tiene nada que ver con democrático, sino más bien las demostraciones pacíficas vueltas violentas por el conflicto entre protestantes y la policía. De por sí el contexto histórico de 1968 se permite ser chispeante, una combinación de personalidades llevaría a la película al primer punto a su favor.
Una elección de protagonistas arraigada de la realidad, pero definitivamente acentuada en destacar las diferencias. En sus primeros 10 minutos, Sorkin se encarga de, magistralmente, ubicarnos en su conflicto, varios grupos de izquierda, en su completa razón, se encuentran en total desacuerdo con la guerra de Vietnam y la perdida de vidas humanas, aun más grosero en el sin sentido de la guerra. En este punto medio que une a los personajes, nos encontramos con personalidades absolutamente distintas, desde aquellos que buscan la solución directa y racional de los problemas confiando en el sistema, hasta los que sufren de desigualdad, o conocen la corrupción hasta el punto de no confiar en nada y tomar su vida como ejemplo de revolución.
Sin lugar a dudas lo mejor de la película es su guion, que ubica acciones y conversaciones extremadamente inteligentes y atractivas en un contexto que pudiera sentirse muy ajeno a los intereses de lo que hoy conocemos como importante. Sin embargo, Sorkin descubrió la manera de atraer subtextos muy recientes hasta el punto de volvernos avergonzados de que hoy, más de 50 años después, sigamos discutiendo por razones de esta naturaleza. La estructura de ir mostrando los eventos a la par con su relevancia en el tribunal no solo le hace honor al título, sino que nos permite mantenernos curiosos de buscar la verdad.
Me atrevería a decir que, a pesar de tal impresionante guion, este se permite ser aun más efectivo debido al extraordinario trabajo de su elenco. Que no solo captaron a la perfección la esencia de sus personalidades, y como combatir nuestros propios prejuicios como audiencia. Sino que se apropiaron por completo del conflicto que debían mostrar en sus relaciones. Fue un gusto ver aquella mezcla entre Eddie Redmayne, Sacha Baron Cohen, Mark Rylance, Jeremy Strong, Yahya Abdul-Mateen II, etc…
En el cine hemos visto muchos dramas judiciales ubicados en los salones de las cortes. Dentro de ellos hemos visto todo tipo de personalidades, la escala de “The Trial of the Chicago 7” nos permitió ver la revolución en la improvisación de sus imputados. Sorkin no agrega mucho al género dirigiendo, se apega a lo clásico e, irónicamente, no improvisa. Pero su guion opaca sus faltas en la dirección, muestra un villano un poco caricaturesco pero que se permite existir por la comedia dentro del drama. Es una película que se apega a la premisa de que “El Mundo Completo Está Viendo”, para vociferar una realidad sobre la inminente situación política de Estados Unidos.
Calificación personal: 9/10.