Me da la impresión de que para finales del siglo XX, con el año 2000 acechándose y cada vez más cerca, existió un sentimiento colectivo de interconexión entre las personas. Las supersticiones de lo que podría traer el siglo XXI nos puso melancólicos. No somos una isla, y de allí parte la magistral “Magnolia” (1999) de Paul Thomas Anderson, y de allí también partió el debut como director de Alejando G. Iñárritu, “Amores Perros” (2000).
Y más allá de ser testigos de los inicios de Iñárritu, Gael García Bernal y Rodrigo Prieto, la película se muestra cruda ante los ojos de su audiencia con una Ciudad de México opaca, real, trágica y repleta de deseos no cumplidos. Su montaje resulta tan complejo como su guion, pues nuestra exposición a la relación entre los personajes es esencial para que las revelaciones aterricen y las 2 horas y media no se sientan como películas alternas.
La forma en como Iñárritu crea tensión en el primer acto de la película nos seduce lo suficiente como para maniobrarnos en la informalidad de su segundo acto, la paciencia es un don que nos premia en esta película.
Calificación personal: 8/10.