Para nadie es un misterio que la faceta más perfecta de todo ser humano se ve reflejada en la vulnerabilidad. Almodóvar, como todo gran artista, nos presenta uno de sus mejores trabajos al abrir su cine a su verdad, a su vida, a sus experiencias, a su desamor, su soledad y nuestra incansable búsqueda por la plenitud. “Dolor y Gloria” es mucho más que un pedazo de la vida de Almodóvar, son sus ojos proyectados a los nuestros mientras nos comunica la cruda verdad de que las dos palabras de su título van siempre de la mano.
La película nos muestra al aclamado director español encarnado en la piel de su seudónimo audiovisual, Salvador Mallo. Interpretado por un Antonio Banderas impecable, fácilmente en lo que puede ser su mejor papel hasta la fecha. Desde la narración, hasta el dolor, la pérdida y la esperanza del regreso de un viejo amor, la actuación se intensifica con la propia realización de nosotros como audiencia de lo que el director nos quiere comunicar.
El filme inicia con una curiosa y cómica secuencia que intenta explicar el estado físico y los dolores de nuestro protagonista, que terminan siendo una parte importante para el estado inactivo que se encuentra el mismo sobre su labor cinematográfica, y por tanto sobre su situación reflexiva que le arropa durante todo el metraje. Una combinación entre la retrospectiva y los encuentros forzados le permiten observar su propia vida desde otros ojos.
No es hasta su segundo acto que la obra acentúa su impacto en nosotros con el protagonismo narrativo de un monólogo. Un monólogo que no solo abre espacio a los mejores momentos de la película, sino que muestra a su realizador de la manera más humana posible. Una historia de amor hecha pedazos, de principio a fin, que sirve como un cortometraje dentro de un filme que de por sí se encuentra inmerso en el metacine.
Un uso de escenas retrospectivas perfecto, que permiten aclarar situaciones del presente pero por igual sirven como un espejo hacia el alma. No es sólo brindarnos su espacio más oscuro, sino también mostrarnos su felicidad, su historia, lo que lo formó y su primer deseo. Todo mientras se le dedica el mismo empeño a esta historia que al presente. Y es que una sin la otra no hace sentido, sin contar aquel sorpresivamente agradable plano final.
Mi queja está en la melancolía, gran parte del inicio y hasta su segundo acto, como explicaba anteriormente, son única y exclusivamente para comunicarnos su dolor. Para expresarnos como toda esta riqueza, fama y éxito profesional, vinieron a costa de su salud, sus relaciones y su autoestima. Refugiándose en las drogas, hasta el pasado se encontraba inundado de todo lo malo que había vivido. Sin dudas era necesario, pero si no es por su desenlace, todo este dolor se pierde en la reiteración.
La gloria llegó acompañada del dolor, se siente absurdo pero acaso ¿no es la realidad absurda? Un trabajo impecable de actuación por Antonio Banderas, Asier Etxeandía, Leonardo Sbaraglia y Penélope Cruz. Me voy con el sabor de que a partir de ahora no volveremos a ver a Almodóvar sin ver a Mallo. Sin duda de lo mejor de 2019.
Calificación personal: 8/10.