La soledad es peligrosa, pero también es reveladora, pues en ella encontramos quienes somos, y en una constante mirada introspectiva nos intentamos responder la pregunta de quienes queremos ser. “Gunfighter Paradise” esconde sus intenciones detrás de la manía de su protagonista, pero tiene sus mejores momentos cuando nos permite cuestionar la seriedad de absolutamente todo lo que permite que personas como Stoner existan en la sociedad americana.
No sé si es el caso, pero viéndola sentí su inspiración en personajes de Paul Schrader, como si quisiéramos traer a Travis Bickle de “Taxi Driver” al 2024 en el mid-west, o incluso al reverendo Toller de “First Reformed”. Ambos personajes están atados a un contexto específico, un pasado que los forma y traumas que se ven reflejados en sus acciones. Pero en su núcleo, la soledad los arropa, y es aquella búsqueda de identidad eterna lo que los mueve a accionar o reaccionar frente a las situaciones creadas por Schrader, y como completando una trilogía solitaria, Jethro Waters nos trae a Stoner.
Salvado de sus demonios por un amigo del pasado, una vecina sin prejuicios y un hermano cariñoso que lucha para entender los demonios de su hermano. En palabras la película puede notarse convencional, pero es todo menos eso. Waters utiliza su pasado documentalista para traernos una película de ficción que sirve de tanta introspección para su audiencia como lo es para su protagonista. Con montones de momentos donde luchamos por entender si lo que sucede en pantalla es si quiera real.
Repleta de verdades a las cuales muchos les huyen, irónicamente lo mejor de la película es sus momentos de comedia, que aunque breves y ligeramente espontáneos, muestran la ridiculez nata de aquella sociedad americana fatalista, con creencias limitantes y ponientes de fe en las manos de todo lo que está fuera de su control. Pero la película también lucha con sus propios demonios de estructura.
Pese a las intervenciones, Stoner se mantiene incambiable durante todo el metraje, creando una especie de estanque en el sentimiento de la película, que aunque visualmente está muy bien, emocionalmente se mantiene estática. Su protagonista es reactivo, no toma decisiones que lo puedan poner en riesgo sino más bien es su punto de vista tan particular lo que arrastra el “conflicto” de la película hasta un clímax no muy emocionante.
El trabajo de Waters con actores primerizos es tremendo, pues en una película de tal presupuesto son las actuaciones lo que terminan de darle un buen o mal sabor a la experiencia de verla. Y aunque no necesariamente es una película que resalta, perfectamente podría mostrarse para introducir los demonios de una sociedad al borde del abismo.
Calificación personal: 7/10.