LE PLAISIR (1952) – RESEÑA

Le Plaisir

“Siempre me ha gustado la noche, las tinieblas. Estoy encantado de hablarles en la oscuridad como si estuviera sentado junto a ustedes, y en cierto modo así es. Ustedes comprenderán mi preocupación, ya que mis cuentos son antiguos, y ustedes, terriblemente modernos, como suele decirse cuando uno está vivo.” Estas son las palabras con las que Max Ophüls nos recibe en “Le Plaisir” (1952), Ophüls, un ícono del cine europeo, renombrado por su delicadeza, constantes tracking shots, crane shots y un movimiento de cámara que se podría mostrar hasta detallista para el momento. Una de las grandes inspiraciones del hoy gigante Paul Thomas Anderson.

Y me encantó aquel breve monólogo inicial, me pareció una brillante idea de comenzar una película, anticiparse a las expectativas de tu audiencia, llamar tu historia anticuada frente a la modernidad de los ojos que la ven y los oídos que la escuchan, aun más gratificante cuando estás viendo la película 68 años tarde.

De alguna forma percibí que este sentimiento de inteligencia se traspasaría a la cinta, pero verdaderamente su narrativa es antigua, y por momentos se siente como la parte técnica del cine estaba muy por encima de lo que se estaba contando. La película se divide en tres historias, todas al rededor del placer, pero sin puntos que las unan. Me gustó la última historia, no puedo decir lo mismo de sus predecesoras. Siento que quizás el tiempo le ha pasado por arriba a lo que experimentamos luego de aquel brillante monólogo.

Calificación personal: 4/10.