Encontrándome en un giro y envuelto en la incertidumbre del futuro, me recuesto en el pensar de que deja de ser aterrador cuando le damos paso a las puertas que se abren. En su núcleo, “Lost in Translation” retrata la conexión en los lugares menos pensados, y cómo, literalmente de repente, una persona puede convertirse en todo, o al menos en una parte esencial.
Bajo el mandato universal de que la gran mayoría de nosotros estamos o hemos estado perdidos, la película se permite crear una conexión entre sus protagonistas que no pretende cambiarlos, sino más bien incentivar el cambio de actitud que puede suceder con la inclusión de alguien nuevo o nueva en la dinámica monótona del día a día sobre la cual luchamos tanto para darle sentido.
Irónicamente su ubicación en Tokyo me parece una decisión que termina siendo más estética y de carácter cómico que esencial en la relación de los personajes. La posición de ambos se siente tan personal que incluso en la nada, se sentía la traición, la atracción, la esperanza y el sorbo de sentido que cada uno le dio a sus vidas.
Sofia Coppola escribe a un Bill Murray sutilmente cómico e impresionante, que conoce sus pausas por encima de sus líneas y maneja sus gestos hasta el punto que él mismo se vuelve el tono de la película. Una Scarlett Johansson que se siente ausente, pero a la vez real. Un guion que opaca por completo la dirección. En su momento me costó verme atraído a la peli, pero al verme en su espejo me doy cuenta que no hay coincidencias con haberla visto ahora.
Calificación personal: 7/10.