Siempre me ha parecido interesante como el tiempo ha logrado llegar a ser el punto medio entre ser lo que más tenemos y lo que menos tenemos a la vez. Bajo el mandamiento de que la vida es corta se traducen los estereotipos de cómo se debe vivir, cuando probablemente la vida es lo más largo que tenemos. La nueva película de James Bond incrusta el tiempo en la trama característica de la franquicia, logrando crear una conexión especial entre nosotros y el futuro incierto del agente 007.
Antes de hablar de “No Time to Die” creo que debo mencionar que mi película favorita de Bond es “On Her Majesty’s Secret Service” (1969), la única protagonizada por George Lazenby. E intentando resumir el por qué de esta decisión me encuentro en la página de que el agente 007 de Lazenby es bastante peculiar, pues se diferencia de lo que todo el mundo conocía como James Bond (Sean Connery), inserta un aspecto emocional a la franquicia y hace las pases con el hecho de solo habernos dado una película.
Pero, ¿por qué el preámbulo de OHMSS? Pues viendo “No Time to Die” no se me escapaba el pensamiento de que en espíritu esto era una segunda parte de todos los elementos que lograron que aquella funcionara. Pero principalmente posicionando a Bond en un espacio de vulnerabilidad donde la carga emocional de la película se introducía en elementos como el tiempo, la confianza y la familia, más allá que en la amenaza mundial de su villano.
La película completa se siente como una clausura, porque lo es para el 007 de Daniel Craig, pero incluso en sus momentos de reactivación, la motivación no se siente igual que en las demás. En el cierre de capítulos los últimos secretos de aquellos más cercanos a Bond salen a relucir, solo para darse cuenta una vez más que en la vida de espía no hay cabida para lo regular, y en su incapacidad de confianza siempre se encontrará su más marcada debilidad.
Lo era en espíritu, pero también en ejecución, pues en la impresionante música de Hans Zimmer se encontraban rastros del magnífico score de John Barry en “On Her Majesty’s Secret Service”, así como también extractos idénticos del guion. La referencia era más que tácita, era prueba del espacio emocional en el que los realizadores querían ubicar a Bond con respecto a la audiencia. Sin tiempo para morir es probablemente una alegoría a que si ni para morir hay tiempo, ¿para qué habrá?
Michael Reed, director de fotografía de “No Time to Die”, también fue director de fotografía de OHMSS, y en conjunto con la dirección de Cary Joji Fukunaga se permitieron llegar a un punto medio entre el homenaje y la euforia de lo nuevo. Los colores fríos sobresalen frente a los cálidos en la película y la elegancia del personaje se traduce al diseño de producción. Pero también los realizadores muestran un deseo insaciable de crear secuencias de acción eternas, que aunque pueden menospreciar la inteligencia de los enemigos, cumplen la cuota de satisfacer a una audiencia que despide uno de los mejores James Bond.
Me parece peculiar las similitudes entre Bond y su villano Safin, sutilmente interpretado por un dócil Rami Malek, que a este punto puedo pensar le sale sin esfuerzo el actuar superior. Así como también quiero resaltar la magnitud de Léa Seydoux en Madeleine Swan, el efímero pero tremendo Jeffrey Wright y la inequívoca y elegante presencia de Ana de Armas, una sola palabra sobre esta última: Damn.
Bajo la ironía de esta ser la película más larga en la historia de la franquicia, “No Time to Die” crea emoción sirviendo como secuela en espíritu pero también antítesis de “On Her Majesty’s Secret Service”. Daniel Craig se posiciona como uno de los mejores Bond en la historia del icónico personaje mientras se despide con una inmensa película sobre el tiempo, la confianza, el amor y la familia disfrazada de acción, espías y salvar el mundo. Pues cuando nos vemos a nosotros en nuestros personajes favoritos, ahí es cuándo trascienden.
Calificación personal: 9/10.