Con “The Age of Innocence” reforcé la poderosa creencia de que cada gramo, cada detalle de tu historia cuenta, y probablemente sin uno de esos fragmentos que hacen el todo, la esencia pura corre el riesgo de perderse. La película se siente como otro escalón más en la eterna obsesión de Martin Scorsese por la ciudad de Nueva York.
Aquella alta sociedad de pleno siglo diecinueve en una de las ciudades más importantes del mundo cobra tanta vida como los propios personajes que se sitúan en ella. Se siente tan elaborado y cuidadoso que es curioso pensar en su realidad. Un guion de diálogos, donde cada palabra muestra la propia ambigüedad de sus protagonistas, como si intentaran esconder por completo sus intenciones detrás de lo rebuscado y se refugiaban de las ofensas.
El amor, la hipocresía y la pasión son subtextos que han existido en todas las etapas del porvenir humano. Un diseño de producción y de vestuario absolutamente espectacular. Pero lo que me llevo más profundo de esta subvalorada película de Scorsese, es lo inhumano que es Daniel Day-Lewis, uno de los más grandes actores que hemos tenido la oportunidad de ver, y como los últimos 15 minutos de una película pueden cambiar tu percepción sobre las últimas dos horas que llevas viendo. Un final para la historia, como uno de los mejores que he visto.
Calificación personal: 8/10.