Siento que mi experiencia con “The Sopranos” fue distinta al verla tan rápido. El storytelling era tan sofisticado y tan bien elaborado que el paso de una temporada a otra era inconcebiblemente fluido. Al punto de que en perspectiva me encuentro confundiendo eventos que pensaba sucedieron en una temporada pero realmente ocurrieron en otra.
En su núcleo esta icónica serie es sobre una familia, por momentos sobre un matrimonio y en gran parte sobre el complicadísimo Tony Soprano. Lo mismo que ataba a Carmela Soprano a su matrimonio con Tony era lo mismo que ataba a Tony a su familia del crimen. Aquella insaciable necesidad, aquel infinito sentimiento de que nada nunca es suficiente.
Y esto entonces recaía en todas las personas que los rodeaban. Lo he dicho antes y lo repito, la primera temporada es un rompecabezas completo y en el transcurso muchas piezas se van reemplazando y otras simplemente se pierden. La tercera temporada nos sumerge en el mundo del crimen y solidifica la posición de jefe de Tony, presenta duos de actuación excepcionales como el de la imagen entre James Gandolfini y Annabella Sciorra en Amor Fou, mientras nos termina de comunicar como no hay personajes perfectos y todos representaban sus propios demonios.
Y nos da uno de los mejores episodios de toda la serie, Pine Barrens. Esta serie, a diferencia de la gran mayoría, no es sobre héroes o villanos, sino sobre la complejidad de la mente de los criminales dentro del embrollo que ya es estar vivo. Da grima ver escenas de la tercera temporada conociendo el final, aquí nunca hubo paz.
Calificación personal: 10/10.